Cuando a un niño le acostumbras a obtener todo lo que desea, el día que, por lo que sea, no lo obtiene, se produce la intolerancia a la frustración. Muchos niños de hoy día (y creedme, trabajé rodeada de muchos durante un tiempo, y sé bien a lo que me refiero) no saben manejar este tipo de situación, pues han sido acostumbrados desde bebés a una atención constante y un dárselo todo. No digo que tengamos que hacer ganar a nuestros niños con el sudor de sus frentes aquello que deseen, pero sí está claro que hay que enseñarles a valorar y a disfrutar del momento. Por otro lado también hay niños que son verdaderos negociantes y eso es porque la constante ha sido siempre la negociación, que está muy bien, pero no debemos olvidar que siguen siendo niños, aunque cierren acuerdos de empresarios, y que tampoco deberíamos permitir que nos pongan entre la espada y la pared.
Si desde pequeñitos damos con la justa medida, nuestros pequeñitos podrán controlar sentimientos como la frustración: por perder una partida al parchís, por no obtener aquello prometido en ese mismo instante sino unas horas después, por tener que comer hoy, excepcionalmente, algo que no les guste demasiado... Educarles en la flexibilidad, la apertura de mente, con la negociación-premio adecuada sería lo ideal.
Pero ya sabemos que son niños, impredecibles, y que la teoría es fácil pero luego...
El problema "gordo" viene cuando esos niños, ya mayores, siguen manifestando intolerancia a la frustración. Ahí tenemos un problema gordo. Acostumbrados a la inmediatez exigimos "eso" "ya". Un poco de autoanálisis, reflexión y meditación profunda, encontrarse con uno mismo y "autoconocerse" (cosa que verdaderamente pocos hacen) nos dará las claves de la respuesta.
¿De verdad aún no sabes por qué eres así ni cómo mejorar(te)?
No hay comentarios:
Publicar un comentario